
Cada vez más sus ideas sobre el mundo y sobre
las personas tienen su origen en los mensajes de industrias de la conciencia
como la televisión y la publicidad o en los contenidos que circulan por las
autopistas electrónicas de la información. En esa conversación simbólica que
tiene lugar entre las personas y discursos como el televisivo, el publicitario
o Internet todo se orienta, más allá de su aparente finalidad informativa,
narrativa o comercial, a erigir tales discursos en intermediarios entre la
mirada de la infancia y de la adolescencia y el mundo que les aguarda.
Nada es real entonces si no adquiere el
estatuto de lo obvio. De esta manera, hoy la función social de los mensajes de
los medios de comunicación de masas y de Internet es doble: por una parte, de
naturaleza cognitiva, ya que contribuyen tanto a la construcción de la
identidad personal de la gente como a la adquisición de un conocimiento
compartido sobre el mundo); por otra, de naturaleza ideológica, al constituirse
en eficaces herramientas de consenso social.
En efecto, los textos de la prensa, las ondas
de la radio, las viñetas de los cómics, el espectáculo televisivo, la
persuasión publicitaria y la omnisciencia de Internet invitan a la infancia y a
la adolescencia a consumir cierto tipo de situaciones, a imitar ciertos estilos
de vida, a adorar ciertas ideologías y a menospreciar otras maneras de entender
las cosas. La manifestación a gran escala, en el escenario de los mensajes de
la cultura de masas y de Internet, de los mitos, de las ideologías, de los
estilos de vida y de las imágenes de la sociedad de libre mercado orienta así
la construcción de la identidad cultural de las personas y de los diferentes
grupos sociales y hace posible un conocimiento compartido del mundo.
Los altos índices de consumo de mensajes
televisivos e informáticos por parte de niños y adolescentes son especialmente
alarmantes si analizamos, por ejemplo, el con tenido de la inmensa mayoría de
esos mensajes que se exhiben a diario en la ventana electrónica del televisor.
En efecto, si analizamos las cosas que se dicen en ese crecida de series,
concursos, videoclips, culebrones, dibujos animados y anuncios publicitarios,
observaremos una vez más el abismo que se abre entre lo que se aprende en la
vida de las aulas y lo que se aprende en la vida del televisor, entre los fines
emancipadores de la educación y las formas concretas mediante las cuales
industrias culturales como la televisión, la publicidad e Internet instruyen a
la infancia, a la adolescencia y a la juventud que acude de lunes a viernes a
los centros de enseñanza.
Ante
este hecho, en educación cabe adoptar posiciones apocalípticas y evitar en las aulas el análisis de las
complejas astucias comunicativas de este tipo de textos en los contextos de la
persuasión de masas o, por el contrario, considerar que hoy no es posible
favorecer la adquisición y el desarrollo de competencias comunicativas y de
actitudes críticas entre los estudiantes, si no orientamos algunas
de las tareas educativas en las clases al estudio de las estrategias verbales y
no verbales que habitan en los textos de los medios de comunicación de masas y
de la publicidad.
El aula sin muros de la ventana electrónica del
televisor y de las páginas de Internet constituye en nuestros días el ojo
mágico con el que observamos el mundo mientras en el mundo de la educación aún persiste
esa ilógica idea de que el saber escolar debe permanecer ajeno a tales
fenómenos comunicativos y, en un afán inútil de ponerle puertas al campo, se
empeña en convertir las clases en aulas con muros donde nada de lo que se dice
y de lo que se hace fuera de la escuela entre dentro y sea objeto de estudio y
de reflexión.
Por el contrario, conviene analizar en las
aulas cuál es el papel que desempeñan los mensajes de la comunicación de masas
y el espejismo de Internet en la construcción de la identidad sociocultural de
las personas, cómo contribuyen sus picardías comunicativas a hacer mundos y
cuáles son los usos éticos y estéticos de unos textos que han sido elaborados
con el fin de provocar determinados efectos en las personas.
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